La tradición bíblica ha visto en las propiedades de la sal –dar sabor y preservar los alimentos- un símbolo de la sabiduría. Para Mateo, esta sabiduría es la Palabra de Dios, la Buena Noticia, personificado en la vida de los creyentes: “Ustedes son la sal de la tierra”.
En la misma línea se mueve la comparación de los cristianos con la luz del mundo. Más explícitamente que la sal, la luz evoca el mensaje de Jesús reflejado en la conducta diaria de sus seguidores. San pablo dirá “si en un tiempo eran tinieblas, ahora son luz por el Señor: vivan como hijos de la luz” (Efesios 5, 8). También la luz, sin el testimonio, es opaca; brilla solamente a través de las obras.
En la visión de Isaías de la ciudad irradiando luz desde lo alto y atrayendo a todos los pueblos de la tierra (Is 60, 1 – 3) ve el evangelista la misión universal de anunciar la Buena Noticia, encomendada a los que han sido ya iluminados por la luz de Cristo.
El Señor se glorifica a través de nosotros. Demos gracias porque nos ha elegido como sus instrumentos para que sean muchos los que se conviertan y sigan su camino por medio nuestro a través de la gracia que Dios ha depositado en nosotros. Seamos luz del mundo para que ayudemos a nuestro Padre a buscar esa oveja que aún está perdida. Seamos sal para darle sentido a la vida del prójimo presentándole a un Dios vivo y lleno de amor por cada uno de nosotros.
Así como “no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón” Dios no espera que te quedes ‘callado’ con la luz que recibiste de Él, con los dones que ha puesto en ti ve y lleva la Buena Noticia que ilumine a todos a seguirle.
Estamos llamados a ser sus testigos... anunciemos al mundo que somos de Cristo.